sábado, 25 de junio de 2011

Genios comprendidos

Podemos decir que si salimos a comer afuera se puede elegir entre restaurantes de platos caros y avaros como el faisán a la Cork, o bien, comer un choripan  en la costanera.
Y si lo miramos desde el lado artístico llegamos a la conclusión que en la calle también hay muchos artistas, pintores o escultoras vendiendo sus obras o músicos con su gorritas. Y muchos otros.
Los artistas callejeros muchas veces aplaudidos, muchas otras ignorados, viven y disfrutan lo que hacen sin darle importancia al ruido de la moneda que cae sobre su gorra. El placer de hacer lo que les gusta les da lo necesario para vivir como quieren.
“Muchas veces cuando pasan y nos miran creen que somos sucios, vagos, nos confunden con hippies, y yo opté por mostrar mi arte en la calle” afirma Patricio, artista plástico, que todas las tardes está en Florida y Corrientes vendiendo sus obras. Dice que él podría haber sido arquitecto, pero cerca de recibirse abandonó la carrera. Es chileno, hace más de un año que encontró el lugar para vender sus pinturas, vive con su mujer que siempre lo acompaña y con su hija, estudiante de arquitectura.
Sus obras, similares a las del artista colombiano Fernando Bottero, en la calle salen 100 pesos, vende una por día por lo menos, pero si las mismas fueran expuestas en una galería no saldrían menos de 300 dólares. No reniega de eso y por más que muchas veces le ofrecieron exponer en galerías, nunca lo aceptó, prefiere que lo que intenta transmitir llegué a todos y que puedan llevárselo si les gusta.
Lo que lo motiva a estar en la calle, es el aire de libertad, la independencia de poder estar hoy en una peatonal del microcentro porteño, y mañana estar en la Rambla en Barcelona, que tiempo atrás les dio un lugar. 
No cuentan con nada, solo sus pinturas y su talento para vivir y adaptarse en cualquier parte del mundo, solo piensan en el presente, según ellos solo debe alcanzar para comer y para comprarle lo que le haga falta a su hija para estudiar. “En principio cuesta tirarse en la calle, el qué dirán cuando te ven, que piensan los familiares, pero por suerte uno puede demostrar que vive y se siente muy bien, yo pongo mi cabeza en la almohada y puedo dormir tranquilo”, comenta el pintor. Su meta a cinco o seis años es poder comprar un colectivo, adaptarlo con las comodidades para poder vivir y salir a recorrer el país, en principio, conociendo y aprendiendo de las calles.
A veces las alternativas de la calle pueden ser mucho más sabrosas que los platos caros que sirven en los lujosos restaurantes. 

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